Igual ya voy tarde para
muchas de las cosas que tenía pensadas para mí, puede ser. Ahora mismo me gustaría
estar en esa cabaña de la que ya he hablado en mis diarios, y salir cada día con
mi mujer y mi hijo a navegar por el pequeño lago que tenemos a tres minutos de
la puerta de atrás. Por las tardes sentarme a escribir en el despacho mientras
Lidia lee y Gunnar juega en su alfombra. Cenar al calor de hoguera y leer
juntos noticias relacionadas con el dichoso virus de la discordia.
La realidad es que no soy Irvine Welsh o
Chuck Palahniuk o Easton Ellis o Thomas Ligotti, ni siquiera me conocen como
escritor en mi propio país. Quizás tenga algo de nombre en algunos círculos,
pero no me llega para la jodida cabaña, para eso hay que vender libros en un
país en el que apenas se lee, ni siquiera hay interés cultural más allá de los
bares de barrio o los parques.
Después de la pequeña borrachera de ayer, y
sin perder el hilo de lo que estoy diciendo, me he levantado pensando en
Bukowski. Este agosto cumpliría cien años, mes en el que probablemente estemos
pensando en la segunda ola de nuestro querido virus cabrón, y no en el
centenario de un autor del que reniegan los putos snobs. Cien años a los que me
gustaría llegar con buena salud y, a ser posible, teniendo esa cabaña con la
que tanto soñamos Lidia y yo. Ya veis que no pidiendo mucho pido demasiado.
Vivir de la escritura, menudo descalabro, bucear en este mundillo de ratas,
jodidos snobs, eruditos a la violeta, editores de mierda y críticos adictos a
que les coman el culo. Me quedo con mi gente, gracias, y con mis sueños y mis
ganas de seguir haciendo lo que quiero.
Pedacito de realidad
vírica:
Pechá y media son cuarenta y cinco días.
Dos mijillas equivale a dos jornadas completas. En total, según mis cuentas
personales, llevamos cuarenta y siete días encerrados en casa, en mi caso, sin
saber cuánto, cómo, cuándo y durante cuánto tiempo voy a cobrar la prestación
por desempleo. En resumen: al margen de la preocupación relacionada con la
salud, estamos con esto otro, temas de dinero, de compras, de almacenaje de
comida. Y encima tengo que estar pendiente de la puta desescalada, algo
absolutamente demencial, absurdo y suicida. Si todo esto dio comienzo con un paciente
cero en algún punto remoto de China, qué no pasará ahora si levantan las restricciones.
En serio, pensarlo un poco, ¿estás dispuesto a poner en riesgo la salud de los
tuyos? Yo no, desde luego.
Surrealismo apocalíptico
personificado:
Litros de cerveza inundan mi garganta. Jack
Daniel’s. El humo nocivo de un porro. Lidia y yo desnudos frente a la chimenea
de nuestra cabaña, por fin, haciendo el amor y carcajeando como psicópatas de
cine. El mundo arde ahí fuera, pero a mí me la suda, a ella igual, y nuestro
retoño es demasiado pequeño para opinar (ahora duerme, mal pensados de mierda. Y
tenemos una chacha robótica que le atiende
en los mundos surrealistas del Dr. Irreverente). Prosigo: Millones de personas
han muerto, los países están en bancarrota y hay tantos enfermos que el sistema
se ha rendido por completo. Una mala gestión abandonar a la gente y pensar solo
en la economía. Ahora los empresarios están solos, los gobernantes están solos,
los abogados comen barro seco mezclado con heces, los agentes del orden se
disparan unos a otros, el mundo tiembla, el dinero no vale absolutamente nada.
Cerveza. Whisky. Marihuana. Es hora de ponerse
ciego y disfrutar del momento como si fuese el último. Justo ahora que uno de
mis libros va a convertirse en superventas, joder, justo ahora que acabo de
firmar un contrato importante. ¡A la mierda! Justo ahora que nuestro hijo
empieza a estar bien y comportarse como una pequeña persona.