viernes, 1 de mayo de 2020

Día 48. Te doy un ICO, pero despacICO.


No es oro todo lo que reluce. Frente a unas cámaras, con el traje de los domingos, mirando a los ojos a los telespectadores, soltando un bonito discurso, se encuentra nuestro caudillo. Grandes promesas de medidas económicas para paliar el sufrimiento de trabajadores y pequeñas empresas. Todos respiramos aliviados, pero, lo dicho: no es oro todo lo que reluce. Imagino que después, en privado, con sus colegas, cuando deciden llevar a la práctica esas ayudas, son conscientes de que no son más que brindis al sol. No digo que no lleguen algún día, pero ¿sera demasiado tarde? Es como mirar al que se cae por la borda de un barco y le prometen un flotador, pero que antes vas a comer y echarte una siesta. Ya luego, si acaso, le tiras el flotador… El problema es que es muy probable que ya se haya ahogado. Lo mismo ocurre con los trabajadores que están esperando el pago del ERTE. ¿Podrán
sobrevivir? Imagino que muchos están ya en una situación límite. Cuarenta y ocho días esperando el mana de papa estado, es demasiado tiempo. Ya lo prometieron los primeros días de confinamiento. Resistid, nos pedían, estamos todos juntos en esto. Sí, estamos juntos, pero algunos viajan en primera clase, mientras otros lo hacen en las mazmorras del buque. Con los ICO ocurre lo mismo. La primera vez que escuche hablar de ellos pensé que era muy fácil conseguirlos. Un gran plan para ayudar a los pequeños empresarios, eso sí, sobre el papel, y además, desgraciadamente, ese papel estaba mojado.
    Os cuento mi historia en particular. Imaginaos un pequeño bar en un pequeño pueblo. Al no ser un gran negocio, todos los salarios, pagos fijos y a proveedores salían del día a día. No da tanto la vaca como para poder tener un gran colchón económico. El dejar de ingresar durante tantos días es el motivo por el cual miles de pequeños establecimientos no tendrán más remedio que cerrar sus puertas. Tendrías que haber tenido una previsión de fondos, me diréis. Claro que si GUAPI, como yo sé más que el grupo de expertos que no indujeron al gobierno a comprar mascarillas, respiradores y material sanitario para paliar lo que se nos venía encima, yo sí tendría que haber tomado medidas para salvar mi negocio. En fin, todo se reduce a lo de siempre: puto dinero.
    Bien, a lo que íbamos. Me pongo en contacto con mi entidad bancaría, y me facilitan un listado con la documentación que debo presentar. Poca cosa, unos cuatrocientos documentos que todos tenemos a mano en casa, como la partida de nacimiento de mi tatarabuelo, y el número de pelos exactos que tenía en la cabeza el día de su veinticinco cumpleaños. Nimiedades fáciles de conseguir. Aquí empieza la odisea, y ríete de la de Homero. Toma y daca diario de conversaciones sobre el documento que falta, la firma que no está donde corresponde, la casilla que no se ha marcado bien, o el picor de huevos del director de la entidad. Veinte días después, me confirman que está aprobado y que tenemos que firmar en el notario el siguiente viernes. Llega ese día y me dicen que es imposible tener hora, por lo que pasamos la firma al martes. Una vez firmado, me comunican que el money estará disponible en unos diez días. ICO sí, pero despacICO.
    Las promesas de que me vas tirar un flotador no sirven si no lo haces a tiempo.

Eclesiastés 5-5: Recuerda que «vale más no prometer, que prometer y no cumplir».