domingo, 3 de mayo de 2020

Día 49.

Recibo durante todo el día fotos del primer paseo de conocidos y familiares desde que empezó el confinamiento. La gente sale a la calle según los horarios establecidos, algunos con sus medidas de seguridad —mascarillas, guantes...—, otro a pelo. El debate sobre este tema no tarda en aparecer en todas las redes sociales, me alegro de haber eliminado mi perfil de todas ellas. Me voy enterando de las cosas según me las va enseñando mi mujer, todo el mundo tiene una opinión que se cree que es la polla y que está por encima de todas los demás; por mi parte he llegado a ese estado de iluminación personal que me la traen flojas hasta mis propias opiniones, por eso desde hace ya algún tiempo evito expresarlas abiertamente y entrar en un patético debate con cualquier persona sobre esto o aquello. Sí crees que tienes razón, cállatela, el mundo entero te lo agradecerá. Yo tampoco intentaré convencerte  con  la mía.
   En la televisión la compañía de Faramir huye hacía Minas Tirith con los Nazgul pisándoles los talones, los cuales se dan el piro a la desesperada cuando Gandalf, montado sobre Sombragris, corre a su encuentro con su bastón en alto emanando una preciosa y pura luz blanca. Es una de mis escenas favoritas de la película —que no del libro—. Me levanto del sofá y me apoyo en el vano de la puerta de la terraza mientras me como un trozo de pan y miro cómo vuelan las golondrinas, a mi espalda, Frodo, con la mente perturbada por el poder del anillo se niega a tirar este a la grieta del destino frente a la asombrada mirada de Sam. Estar disfrutando de mi trozo de pan con las voces de Frodo y Sam a mi espalda y los chillidos de las golondrinas llegándome desde el cielo me hace pensar que este es uno de los mejores momentos de mi vida; nada tiene más importancia ahora mismo que el sabor en mi boca, lo chillidos en mis oídos y Gollum cayendo hacia la lava con el anillo entre sus manos. Puede que a veces le de demasiada importancia a las cosas que me rodean. haciendo que eclipsen los pequeños detalles que realmente importan en la vida. Supongo que por eso dejé las redes sociales —una de las causas, vamos—, porque empecé a darle demasiada importancia a lo que la gente opinaba de mí, a sus comentarios en mis publicaciones, a estar todo el día conectado, a mirar más de doscientas veces el teléfono en un corto periodo de tiempo. Me alegro de haberme dado cuenta a tiempo, de haber decidido poner fin a todo eso y recuperar mi vida normal, a disfrutar de los pequeños detalles sin que la pantalla del móvil se interponga. Sé de sobra que sin estar en las redes sociales me puedo despedir de volver a vender un puto libro, pues todos mis lectores son seguidores de Facebook, Instagram, Twitter, etc. Pero eso también ha dejado de importarme. El fin de la cuarentena se acerca, y puede que mi faceta de escritor vaya a la par, con ella, quién sabe, quizá este diario sea la última obra que escriba, las últimas impresiones de alguien que nunca pudo dejar de ser nadie, pero hay tanta belleza en ser nadie como bonito es el silencio cuando todo el mundo habla.
   Hace bastante rato que El retorno del rey ha terminado, pero como siempre me pasa con cuando leo o veo El señor de los anillos, se me queda dentro durante una temporada, en la cual, como el trasfondo de la obra, realizo mi propio viaje hacia la oscuridad, sabiendo que aunque como Frodo, acabe saliendo de ella, nunca más volveré a ser el mismo. Tal vez el confinamiento no haya sido más que ese viaje hacia nuestro Mordor particular, ese caminar sin descanso entre el temor, el virus, y la muerte —de algún familiar, amigo, conocido...— y, al igual el señor Bolson, tengamos que aprender a vivir con ello después, pues aunque la cuarentena termine, eso no significará que todo vuelva a la normalidad ¿Cómo volver a la normalidad después de haber estado en cuarentena por un virus capaz de arrasar con la raza humana si no se le combate con todas nuestras fuerzas?
   Mi hija pequeña juega en la terraza, mi hija mediana me cuenta algo por Wahtsaap y mi hijo el mayor ni se acuerda de que tiene un padre. El mundo gira mientras el universo es ajeno a nuestras minucias. Puede que mañana salga a la calle a dar una vuelta, pero lo más seguro es que me quede aquí encerrado, ajeno al girar del mundo y a las minucias del universo, mientras espero, rodeado de lava, a que el rey de las águilas venga a salvarme o a convertirme en ceniza de una vez por todas.