martes, 5 de mayo de 2020

Día 50 - You talkin' to me?

Todo llega tarde o temprano, y con el diario cincuenta damos por finiquitada la cuestión. Así lo decidimos en el Grupo Salvaje, y así es como damos el punto final. Sin embargo, no por eso termina nuestro encierro, pese a las fases de «desescalada» impuestas por nuestros gobernantes. No sé a ciencia cierta cuantos día más nos quedan de cautiverio, ni si este acabara algún día. De todos modos, me da menos miedo eso que la «nueva normalidad» propuesta por los amos del calabozo. ¿Qué coño es la «nueva normalidad»? Es más, ¿por qué dicen la vuelta a la «nueva normalidad»? Si es nueva, no se puede volver, ¿no? Se vuelve a algo viejo, no a algo nuevo. A no ser que vistas de novedad a una normalidad que a ti te gustaría que volviera. Una sociedad controlada donde no exista tu voluntad propia más allá de lo permitido por el gran hermano. Donde este te vigila para comprobar que eres bueno y obediente. ¿Una normalidad al estilo 1984? ¿Vamos a renunciar a nuestra libertad para ceder a nuestros líderes más poder? Recordemos lo que decía George Orwell en su novela: El poder radica en infligir dolor y humillación. El poder está en la facultad de hacer pedazos los espíritus y volverlos a construir dándoles nuevas formas elegidas por ti.
    Hoy he vuelto a leer en las redes sociales comentarios de mis conciudadanos quejándose sobre la gente que ve pasear a otros desde sus balcones. Estos parapolicías serán los nuevos ayudantes del régimen. Los gritos, de «¡Vete a tu casa, nos vas a matar a todos!» son ridículos, ¿de verdad creen que porque alguien vaya a buscar el pan dos veces al día ellos van a morir? Cuidado, no estoy hablando de los descerebrados que no tienen ningún tipo de respeto por los demás. Creer que porque alguien no cumpla totalmente las normas en alguna ocasión (y ojo, que yo procuro cumplirlas) vaya a ser el único responsable de la muerte de todos, es absurdo. Hay un término medio entre ser un inútil que no piensa más que en sí mismo y se salta el confinamiento cada cinco minutos, y ser una monja de clausura que hace cincuenta días que no ha salido ni a tirar la basura. ¿Culpamos a los que fijan las normas según su criterio, aunque en ocasiones sean un sin sentido? No, a esos no se les puede criticar, hay que obedecerlos sin cuestionarse nada. Bienvenidos al «nuevo orden» y a sus dogmas, que nos llevarán a la «nueva normalidad». Ahora el enemigo no es quien hizo una mala previsión, quien compra material defectuoso, quien no proporciona los test, y quien no nos trata como adultos y nos explica que está pasando en realidad. Ahora el enemigo es quien va a pasear a su perro y se sienta un momento en un banco, él es quien nos va matar. Qué fácil es con ese discurso reclutar a la nueva Gestapo de balcón, a los colaboradores de los campos de concentración. Porque sí, los nazis reclutaban a los propios judíos para ser sus vigilantes en los campos y ser cómplices de todas las atrocidades cometidas. Judíos controlando a judíos, y ahora ciudadanos controlando a otros ciudadanos.
    El ser humano no es bueno por naturaleza. En el año 1963, Stanley Milgram, psicólogo de la universidad de Yale, realizó un experimento que sirve de prueba a esa afirmación. Se trataba de un estudio sobre la obediencia a la autoridad. A un grupo de personas se les asignaba el papel de controladores, y a otro el de controlados. Al segundo grupo se le daba una serie de preguntas que debían responder entre cuatro opciones. Si fallaba, el controlador debería aplicarle una descarga eléctrica inicial de 15 voltios. Esta descarga podía ir aumentando a voluntad hasta los 450 voltios. En realidad el verdadero controlado era el controlador, ya que las descargas no eran reales, aunque él no lo sabía. El controlado fingía dolor y gritaba cuando el controlador pulsaba el botón. El 65% de los controladores aplicaron la descarga de 450 voltios pese a los gritos y suplicas de los controlados. Y el 100% de los controladores llegaron como mínimo a los 300 voltios. Un estudio que ellos creían que era sobre la capacidad de soportar el dolor, servía en realidad para valorar el grado de crueldad humano y lo que se puede hacer con tal de obedecer al poder.
    Yo no me voy a dedicar a incumplir normas, pero tampoco pienso soportar ningún mal comentario de desprecio de estos «polibalcones» cuando salga a pasear a mi perra, o tenga que conducir hasta mi lugar de trabajo. Deberíamos tener cuidado con esta gente, ya que a medida que vayan saliendo más personas a la calle, es posible que se vayan creciendo en su intolerancia. Espero que no pase ninguna desgracia, ya que del insulto al tirar agua, después lejía, y más tarde, tal vez, una maceta, solo hay un paso. Ojalá  no seas tú el que mates desde tu torre de vigilancia.
    Controla a quien quieras, pero ten cuidado a quien vigilas, igual te llevas una sorpresa. Grita y chilla, pero no se te ocurra hacérmelo a mí.
    Hasta la próxima amigos.
    —Un momento, ¿no deberías pedir disculpas por si has ofendido a alguien con estos diarios?
    —Te responderé lo mismo que a los centinelas balcón... You talkin'to me?