martes, 5 de mayo de 2020

Día 50.

Me miro en el espejo, puedo apreciar que el herpes me ha dejado señal en la cara, supongo que esta ya me acompañará de por vida. El arresto domiciliario —o cuarentena, como se prefiera— coincidió con la eclosión del maldito Zoster; un virus ha dejado marcada mi cara igual que «el virus» ha dejado marcada a la población actual.
   Es un día de lo más normal, resulta curioso que nos hayamos adaptado tanto a la cuarentena que consideremos normal estar encerrados por miedo a una muerte prematura. Enciendo el televisor y busco con en mando un canal donde no emitan noticieros ni hagan reseña alguna de lo que está pasando en el exterior. Sé que la gente ha comenzado a salir masivamente en los horarios establecidos por el Gobierno para poder pasear, hacer deporte y otras actividades al aire libre; encuentro un canal donde están emitiendo la película de La isla del doctor Moreau. Es una película que me encanta, tanto está versión de mil novecientos setenta y siete —me excitaba sexualmente y de forma extrema Bárbara Carrera cuando era chaval— como la más actual con Marlon Brandon y Val Kilmer —la primera versión de mil novecientos treinta y tres y la novela las tengo pendientes todavía.
   Me he tirado cincuenta días quejándome de que tengo que estar encerrado y ahora que puedo salir no me apetece hacerlo, bueno, no es que no me apetezca salir, me muero por poder estar al aire libre, lo que me pasa es que no me veo con fuerzas de afrontar el volver a estar rodeado de personas de nuevo. Este tiempo de confinamiento ha alimentado mi misantropía hasta convertirla en una obesa mórbida. Y ahora esto es mi normalidad, soy un ser que no quiere volver a mezclarse con el resto de seres de su misma especie, igual que para el resto de seres su normalidad es estar encerrados, y el mero echo de que les den permiso para hacer actividades que antes podían realizar libremente en cualquier sitio y lugar, sin dar explicación alguna, les resulta algo nuevo y excitante.
   Me froto los pies uno contra otro —eso es algo que me relaja bastante— mientras miro como mi hija juega con sus muñecos de Peppa Pig y el Doctor Moreau intenta convencer a Braddock de que su experimento es algo de lo más normal. No le estoy haciendo mucho caso a la película, pienso en toda la controversia que se ha levantado por la llamada «desescalada», por un lado están los que ven con buenos ojos que se empiece a volver a aquello que llamábamos vida normal, y contra estos tenemos a todos los que piensan que deberíamos seguir encerrados porque el virus sigue existiendo y mientras este exista, el riesgo de contagio es inminente —que raro es eso de que las personas no seamos capaces de ponernos de acuerdo en algo ¿verdad?—. Por desgracia el virus va a seguir existiendo toda la vida, y tendremos que empezar a aprender a convivir con él, igual que lo hicimos con el de la Gripe A y otros tantos que teóricamente solo estaban de pasada y se terminaron estableciendo de por vida. Por mi parte pienso que debemos empezar a afrontar esa realidad, que tenemos que volver a salir y vivir como antes, ya sé que el riesgo de contagio será mayor y los picos subirán de nuevo, pero la solución a una pandemia no está en mantener encerrada de por vida a toda la población mundial, a no ser que el futuro de la raza humana sea bajo el efecto hormiga, salir a la calle y trabajar durante los meses en que las temperaturas sean más elevadas —pues según dicen con el calor el riesgo de contagio por el virus disminuirá— y acumular víveres y bienes materiales suficientes para recluirnos en nuestros «hormigueros» durante los meses fríos, huyendo así del virus.
   Hoy es el día de la madre. Mi mujer duerme tras toda una noche trabajando y a la espera de que pasen unas cuantas horas —no las suficientes— para que comience su turno de nuevo, para ella, como para el resto de sanitarios, la normalidad como todo el mundo la espera no llegará nunca, porque para ellos la normalidad es combatir el virus, y así seguirá siendo para siempre. Algún día todo esto del virus y la cuarentena lo recordaremos como una vivencia más que contarles a nuestros nietos, mientras que ellos seguirán teniendo el corazón lleno de cicatrices.
   En un rato tendré que ir a preparar algo para comer, o a recalentar lo que sobró de ayer, pero ahora me deleito con la visión del doctor Moreau recordándoles a sus criaturas cuáles son las leyes.  No puedo evitar apreciar el paralelismo con mi situación actual, no soy más que una criatura, descontenta y llena de odio e ira hacia un Sistema que me engaña, me oprime y me manipula a su libre antojo, pero agacho la cabeza ante la imagen de la mano creadora. Nunca he sido mucho de obedecer leyes, o por lo menos no de forma voluntaria… para qué engañarnos, cumplo las leyes a rajatabla por poco que me gusten. Me dijeron: «Esto no es más que otra gripe». Y les creí; me dijeron: «Quédate en casa y no salgas». Y les obedecí. Ahora me dicen: «Puedes salir a ratos siempre bajo nuestra supervisión». Y saldré en los horarios establecidos, como siempre lo he hecho y como siempre seguiré haciendo. ¿Por qué? Porque el miedo me puede, ¿pero a qué le tengo miedo? Pues a qué va a ser, a la casa del dolor, ¿y qué es la casa del dolor? Pues donde nos llevan cuando incumplimos las leyes, porque no  se puede andar a cuatro patas, esa es la ley; no cazar a otros hombres, esa es la ley; no derramar sangre, esa es la ley. Pero hasta las fieras de la isla se hartaron y terminaron por desobedecer a la tiranía impuesta por el cruel doctor. Con la «Desescalada» y la salida progresiva de la gente a la calle resulta absurdo seguir escribiendo sobre el confinamiento, que era la finalidad de este diario, así que creo que lo mejor es ponerle punto y final a esta obra. Durante la cuarentena no he hecho otra cosa que convertirme en un animal domesticado, y aunque ansíe recuperar mi libertad y salvajismo, sigo siendo un gatito manso y obediente como me han estado enseñando. Pero como el riesgo de contagio del virus siempre estará latente, el riesgo a que un día me atreva  a rasgar mis ropas de nuevo y gritar a pleno pulmón: “No ser un hombre, esa es la ley”.



Juan Cabezuelo
En el año 26 de la era Orwell.